lunes, 14 de noviembre de 2016

SHE - SHE . Rabindranath Tagore

No he salido del hotel en todo el fin de semana. No he ido a trabajar. No he cogido el vuelo de vuelta. No he hecho absolutamente nada. No he podido. Me miro en el espejo y no me reconozco.

Dijo Rabindranath Tagore: "Aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor".

¡Los cojones, maestro Rabindranath! ¡Los cojones! Ahora mismo doy miedo. Tengo un aspecto tan lamentable que estoy seguro que, si voy al aeropuerto, me pararan en el control de seguridad.

Llegaré con esta calva, me cachearán de arriba a abajo, me meterán en un cuartucho, me pondrán a cuatro patas y buscarán droga en cualquier orificio de mi cuerpo. ¡Me niego! Prefiero mi encierro voluntario en este hotel que verme subido en una camilla con el culo en pompa, los calzoncillos por los tobillos y los calcetines puestos.

Lo sé, tengo demasiada imaginación. Seguramente nada de eso ocurrirá. Especialmente lo de los calcetines. Pero siempre existe la posibilidad. ¿Pequeña? Sí, pero existente.

Ya no estamos seguros porque todo, absolutamente todo, puede ocurrir. Todo. Nadie está a salvo de nada. Si es posible que ocurra, es posible que ocurra. Que no quiere decir que vaya a ocurrir.

La ciencia, si es que lo era, de la probabilidad y la estadística se ha ido al garete. Y nadie va a poder remediarlo. En lo que llevamos de año, ni una sola gran encuesta ha acertado. Ni una. Brexit, Colombia, Trump...

Admitámoslo, si Trump ha llegado a presidente... cualquier cosa puede ocurrir. Y sí, por un lado es maravilloso pensar en ello. En que nada es imposible. En que Dios juega a los dados con el Universo. Por otro lado, sólo pensarlo, es algo que me desconcierta, me desequilibra. Se cumple la maldición china: vivimos tiempos interesantes.

Así que no quiero arriesgarme. Permaneceré en el hotel hasta que me crezca de nuevo el pelo. Al menos así reduciremos al máximo la posibilidad de tener que pasar por el apuro de que un chino me haga un tacto rectal y, luego, ni me llame ni me escriba. ¡Eso sí que no!

Rabindranath Tagore

viernes, 11 de noviembre de 2016

SHE - TAO . George Gurdjieff

Ha sido un día realmente desagradable.

Hoy me ha tocado el billete en la última fila del avión cuando, delante de mí, se ha sentado un niño de unos ocho años. Aparentemente viajaba solo porque no le he visto hablar con nadie en todo el viaje y se sentaba solo.

Estaba yo pensando en mis cosas cuando he creído ver saltar, desde su pequeña cabeza hacia el respaldo del asiento, un diminuto piojo. Vale, no lo sé con certeza, sólo me lo ha parecido. No he podido parar de mirar, en la hora y media que hemos estado de vuelo, si otro de esos asquerosos insectos volvía a aparecer. No he logrado vislumbrar ninguno.

Aún así he estado todo el viaje atento por si veía un movimiento parecido. No sabía qué hacer. Todo esto os lo podéis imaginar con una cara máxima de asco e intentado apartarme lo máximo posible de su asiento. Ha habido un momento que observaba tan detenidamente y con la cara tan desencajada,  que al mirar de reojo he visto que, el chino que viajaba conmigo al lado, me miraba con desaprobación. Hubiera querido explicarle que no miraba al niño, si no al maldigo piojo. ¡Necesitaba saber si mi visión era correcta! No he podido cerciorarme.

El viaje no ha sido muy largo. He cogido mi maleta y he salido lo más rápido posible de allí. He llegado al hotel, me he desnudado y he ido corriendo al espejo del baño a mirarme de arriba abajo. Me picaba todo y no podía parar de rascarme. He hecho un análisis concienzudo de todo mi cuerpo. Por todas partes. No conseguía ver nada extraño y sin embargo no se me iba ese maldito picor. Primero en la cabeza, luego en los brazos, el pecho, el pubis. ¡¡Todo me picaba!! ¡¡¡Hasta las palmas de las manos me picaban!!!

No he tenido más remedio que tomar una decisión drástica. He cogido mi bolsa de aseo, he sacado la máquina que tengo para recortarme la barba, una maquinilla de afeitar y he decidió acabar con todo mi vello corporal, mientras no podía de dejar de mirar el espejo intentando encontrar el más mínimo rastro de bichos bambando por mi cuerpo.

No soy un hombre especialmente peludo, pero me ha costado casi dos horas eliminar todo el pelo de mi cuerpo. Todo. Y el resultado no podía ser peor. No sé cómo ha podido ocurrir. Ahora estoy en el baño, mientras escribo esto, y me miro reflejado en el espejo. ¿¿Cómo cojones he acabado afeitándome la cabeza??

No sé si llorar o reírme. Ahora me pica mucho más y no tengo aftershave. Sí, sobre todo "ahí". Apenas me queda el pelo de las cejas y las pestañas, pero su ausencia no me ha quitado el picor, más bien al contrario.

Mientras me pregunto qué voy a hacer mañana recuerdo una frase de George Gurdjieff: "La gente no tiene ni idea de hasta qué punto es arrastrada por el miedo. Hay momentos en que ese miedo se vuelve obsesión." 

¡¡Soy un puto obsesivo!! ¡¡¡Dios, cómo pica!!!


George Gurdjieff

lunes, 7 de noviembre de 2016

BJS - SHE . Mi madre

China me trae muy buenos recuerdos, es cierto. No así sus vuelos nacionales. 

Hoy tenía que ir de Pekín a Shenyang y el avión era todo un espectáculo. Creo que no se podían incumplir más normas aéreas internacionales por metro cuadrado. No lo entiendo. 

Yo, que ya sabréis que soy un tipo que intenta cumplir con las leyes, no alcanzo a comprender cómo alguien se las puede saltar tan a la ligera. Allí no había nadie que llevara puesto el cinturón de seguridad. Las maletas se amontonaban en el pasillo como si de un autobús de una película localizada en el Amazonas se tratara. Había una señora, muy mayor ella, que viajaba con una jaula y dos gallinas. ¡¡Dos gallinas en el avión!! Un hombre, que rondaría los cincuenta, ha estado escupiendo todo el viaje en un pequeño cubo que había en la parte delantera del pasaje, y donde escupía más gente. Y otro hombre, este mucho más anciano, se ha encendido un cigarro en mitad del vuelo, hasta que una amable azafata (muy amable para mi gusto) le ha pedido que lo apagara. 

Se lo ha pedido por favor, con una sonrisa de oreja a oreja. Él no ha obedecido inmediatamente. Muy al contrario, le ha estado fumando en la cara mientras le discutía hasta que lo ha apagado en el mismo cubo donde el otro estaba escupiendo. La azafata ha dado por zanjado el tema y ha seguido a lo suyo. 

He estado a punto de levantarme y gritar: ¿Ya está? ¿Esto es todo? ¿No vas a ponerle ni una multa ni nada? ¡Este hombre te ha insultado fumándote en la cara! ¡Con su actitud ha menospreciado al resto de los viajeros! ¿¿Y ya está??

No lo he hecho, claro.

Hoy no podía dejar de mirar a mi alrededor y escandalizarme. Y me han entrado las dudas. ¿Para qué voy a seguir haciendo fuerza para mantener este avión volando? ¡Pero si nos merecemos que se estrelle! Esta gente está jugando con su propia vida en este avión incumpliendo todo lo incumplible. 

He pensado que íbamos a morir pero, evidentemente, no ha sido así. Y con esta amargor he bajado del avión. Deprimido, agobiado, pensativo, porque nada merece la pena si, hagas lo que hagas, la vida va a hacer lo que le de la gana. 

No sé si me explico. ¿De qué valen las normas, las reglas, las leyes si hay gente que se las salta siempre y no le pasa absolutamente nada; y otra gente las incumple una sola vez y acaba entre rejas? Le he estado dando muchas vueltas al tema hasta que me ha venido una frase que siempre decía mi madre: "Te pasas la vida intentando no morir atropellado por un camión, y acabas muriendo atropellado por un triciclo."

Seguramente la mujer tenía razón, pero yo, y mira que lo he intentado, no puedo dejar de mirar a todas partes buscando camiones.

Mi madre


viernes, 4 de noviembre de 2016

LYS - BJS . Jane Austen

Me gusta volar a China. Me trae buenos recuerdos.

La última vez que estuve allí me pasó algo increíble. Hoy al subirme al avión la he recordado. He estado pensando en ella todo el viaje. Pensando que llegaba al aeropuerto y allí estaba ella. Esperándome todavía.

He recordado la última vez que la vi. Como si fuera ayer.

Recuerdo como ella dio un paso hacia adelante y se acercó peligrosamente. Yo notaba su cuerpo tan cerca que un escalofrío recorrió todo mi ser. No entendía que es lo que me estaba pasando, pero me dejé llevar. Aún dio un pequeño paso más. Nuestros cuerpos no podían estar más cerca. Noté como su mano buscaba la mía y así nos quedamos un momento, pegados uno al otro. Alzó su mirada y yo bajé mi cabeza y nos fundimos en un beso. No sé ni cuanto duró. Estaba experimentando algo que ni yo mismo me esperaba. Empezó a llover. Una lluvia fina propia del mes de septiembre. Por un instante ni siquiera fuimos conscientes de lo que pasaba. Nosotros seguíamos allí. Mojándonos.

De repente tiró de mi mano y los dos salimos corriendo como dos colegiales felices. Riéndonos, intentando escapar del agua que ya empezaba a calar en nuestra ropa. Llegamos a un patio cercano, ella empujo la puerta y entramos dentro para refugiarnos. Entre risas me empujó contra la pared, se acercó y volvió a besarme. Un beso suave y violento a la vez. Tenía unos labios dulces, carnosos. En ese instante el mundo parecía haberse parado.

Volvió a salir corriendo, cogiéndome de la mano, escaleras arriba. Yo no podía hacer otra cosa que seguirla. Mi cabeza intentaba razonar, pero algo estaba pasando que era más fuerte que yo. Abrió una puerta y nos introdujimos dentro de la casa. Me arrastro hasta el salón y me empujó contra el sofá. Yo me quedé allí sentado admirando su cuerpo. En un instante se quitó la blusa y descubrió sus pequeños pechos al mismo tiempo que se sentaba sobre mi a horcajadas. Yo la cogí con fuerza y no pude hacer otra cosa que retirarle su pelo mojado y besar su suave cuello, mientras con las manos desabrochaba su sujetador. Estaba tremendamente agitado. Mi corazón bombeaba a mil por hora debido a la situación. Ella se deshizo de mi camiseta y nos fundimos en un abrazo. Nuestros cuerpos mojados por la lluvia.

Me levanté con ella aún encima y besándonos me fue indicando el camino hacia su habitación. Llegamos los dos jadeando con la excitación de dos adolescentes. Nos tumbamos en cama, yo encima de ella, con los torsos desnudos y sin dejar de comernos a besos. No recuerdo ni como nos habíamos ya descalzado, tan solo los dos pantalones separaban nuestros cuerpos ardientes. No sé quien de los dos desabrochó el primero, sólo sé que en cuestión de segundos ahí estábamos los dos besándonos en ropa interior. 

Empecé acariciando su cara y seguí bajando mi mano hasta llegar a sus pechos. Hacía años que no recordaba esa sensación, ese tacto suave de unos pechos turgentes. Sin dejar de besarla bajé mi mano por su cintura y la desnudé por completo. Nos dimos la vuelta y pude admirar por un instante su belleza oriental. Ahí estaba ella, encima de mi, con el pelo cayéndole sobre los hombros, mirándome directamente a los ojos. A penas fue un instante pues enseguida se abalanzó sobre mis labios de nuevo. Copiando mi gesto empezó a acariciarme la cara, bajó su mano por mi pecho, llegó hasta mi cintura, metió su pequeña mano y con un ligero movimiento tiró de mi ropa interior.

Ahí estábamos los dos desnudos, en una inmensa cama que parecía no acabarse nunca, comiéndonos a besos, a mordiscos. No hubo ni una sola parte de nuestros cuerpos que no recorrieran nuestros labios, nuestra boca. Ella tan blanca, yo tan moreno. Ella tan pequeña, delicada y yo tan grande. Oriente y occidente. Pasó casi una hora hasta que decidimos fundirnos en uno solo. Nuestros cuerpos latiendo al unísono, sudando, cabalgando juntos. Nuestra imaginación no cesaba ni un momento. Nuestros cuerpos parecían bailar encima de la cama, en el suelo, de pie contra la pared. Uno y otro, los dos probándonos por toda la habitación. Volvimos a la cama para acabar en un éxtasis conjunto que hacía mucho que no había experimentado. 

Nos quedamos tumbados en la cama mirándonos, aún sin saber muy bien qué es lo que había pasado. A pesar de lo ocurrido aún tenía ganas de besar su boca, de seguir allí eternamente. Me miró con mucha ternura, acariciándome el pelo todavía empapado, me dio un beso en la barbilla y me dijo con una sonrisa:

- Será mejor que nos vayamos antes de que venga alguien. No estamos en mi casa.

Recuerdo como no paraba de reírme  Hoy, en todo el viaje, no me la he quitado de la cabeza, porque como dijo Jane Austen: "Del pasado no tiene usted que recordar más que lo placentero."

Jane Austen

lunes, 31 de octubre de 2016

CDG - LYS . George Bernard Shaw

No siempre me pasan cosas. A veces mi viaje es anodino y no hay nada interesante que contar. Y lo digo. Y no pasa nada.

Admiro, sinceramente, a las personas que son el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. ¡Yo quiero!

También es cierto que en un viaje tan corto como el de hoy poca cosa podía ocurrir. He subido, me he dedicado a diseccionar a una señora mayor, y llena de energía, que iba repleta de tatuajes. He empezado a imaginar dónde se había hecho cada uno de ellos y, cuando me he querido dar cuenta, ya estábamos aterrizando.

No me ha dado tiempo a más. Me la estaba imaginando tumbada, en algún tugurio del Bronx, allá en los años sesenta, mientras le hacían un tatuaje con forma de corazón que llevaba en el antebrazo, cuando el viaje llegaba a su fin. 

He cogido mi maleta, he salido del avión, he cogido un taxi hacia el hotel y he pensado que había perdido el tiempo. No sé, ha sido una sensación extraña que no me ha abandonado en todo el día. Además he abierto las redes sociales y no tenía ni un sólo like. Ni un mísero comentario.

No es que sea la salsa de Facebook y Twitter, pero siempre cae algo. (¡Madre mía! "Siempre cae algo". A veces pienso que comemos likes)

El caso es que he estado desubicado y vagando por Lyon sin ganas de hacer nada, pero con ganas de que me pasaran cosas. Llegado un punto me daba igual que fueran buenas o malas, pero que me sucedieran. Algo que poder contar luego aquí.

Me he imaginado de todo. Primero que me encontraba cosas: un maletín lleno de billetes, un cartera con tarjetas de crédito y el número secreto apuntado en un papel, un anillo de diamantes. Luego que me pasaban cosas malas: que me atracaban, que me secuestraban, que me pegaban una paliza. Es curioso, las buenas tenían todas que ver con el dinero. Las malas, no.

Seguramente este texto no será de los más leídos de este cuaderno de bitácora. A menos, claro, que le ponga un título sexual. Algo picante. Algo capaz de ser incluso denunciado en las redes sociales. Algo grande y maravilloso. Con alguna frase, no sé, de alguien picante. De alguien pornográfico. ¿Ciccionlina? ¿Rocco Sigfredi? ¿Mia Kalifa? ¿Bruce Venture? ¿Belle Knox? ¿John Holmes? (Vale, veo mucho porno)

No, ¡mejor! Algo políticamente incorrecto. De algún escritor irreverente. ¡Lo tengo! George Bernard Shaw. Pondré en el titular su famosa frase: "¿Por qué debemos aceptar los consejos del Papa sobre sexo? Si él sabe algo al respecto... ¡no debería!"

¡Perfecto! ¡Un buen titular! La imaginación, la admiración o la indignación harán el resto. Estoy seguro de que algunos criticarán el texto sin ni siquiera leer el contenido. ¡Como la vida misma!

Estoy emocionado. Me va a subir el Klout.

George Bernard Shaw


viernes, 28 de octubre de 2016

VLC - CDG . Emma Goldman

Con mi antipatía por los aviones es previsible que me niegue a ver ninguna película que esté relacionada con vuelos de ningún tipo. Y mucho menos de catástrofes aéreas. 

Vi los primeros dos minutos de la serie "Perdidos" y casi me da un soponcio. Tuve que apagar la televisión de manera inmediata. Durante meses. Porque anda que no dieron por el saco con la dichosa serie.

Me resistí durante mucho tiempo a ver "Los amantes pasajeros" de Pedro Almodóvar, hasta que me dijeron que no tenía nada que ver con accidentes, aunque no era del todo cierto. Hoy me ha venido a la cabeza mientras volaba hacia París. No me preguntéis por qué. No sé si ha sido por la imaginación del otro día de tener sexo en un avión, por la adoración que le tienen a Almodóvar en Francia o por qué motivo, el caso es que no he podido dejar de pensar en ella. 

¡Quiero unos azafatos como esos en mi vuelo algún día! (Sí, no me pega, soy así de contradictorio.)

Mirad, yo no soy crítico de cine, no sabría deciros si la película está bien o mal. Lo que sí sé deciros es que yo necesito tener la mente en otras cosas para volar y hoy me he imaginado que los azafatos del avión se ponían a bailar como locas, nunca mejor dicho, "I'm so excited". No sólo eso, me he imaginado haciendo de Carlos Areces, y eso que realmente me gustaría ser como Raúl Arévalo. (Yo físicamente me parezco más a Javier Cámara con pelo, como en la cinta). Vamos a hablar claro, todos quisiéramos ser el gracioso pero con el físico del guapo. Combinación perfecta.

Llevo la canción en el móvil y me la he puesto con el sistema de repetición. Una hora. (Sí, una y otra vez, soy así de obsesivo.)

Cada vez que pasaba algún azafato por mi lado, y han sido muchas veces, me lo imaginaba cogiendo una botella de agua y utilizándola a modo de micro mientras cantada. No sé por qué se me ha ido la cabeza de esa manera. Me han dado ganas de levantarme y ponerme a bailar. ¡A mí! ¡¡¡En un avión!!! ¡¡¡¡¡Y me ha dado la risa!!!!!

Hay cosas, que no sabemos por qué, te hacen desconectar de la realidad. A unos les pasa pensando en sexo, a otros en situaciones divertidas. A otros con ambas cosas, como es mi caso.

Entonces he caído en que hacía mucho tiempo que no bailaba. Demasiado tiempo. Y he empezado a sentir una profunda tristeza. ¿Cuándo fue la última vez que bailé? Creo que en un fiesta con una amiga. Recuerdo que llevaba un impresionante traje azul. Ella. Yo iba de negro impecable. Y me he sentido un poco más triste. Debería bailar todos los días.

Y entonces me ha venido a la cabeza una de las mejores frases que he escuchado en esta vida y que dijo Emma Goldman: "Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa". Sí, es cierto, yo hace mucho tiempo que dejé de pensar en ser un revolucionario. Vivo absolutamente entregado a la rutina, a la comodidad, al sistema. Sin embargo, eso no debería ser motivo para no bailar todos los días. Todos y cada uno de los días. Sólo o en compañía. De pie frente al espejo o tumbado en el suelo. Hay tantas formas de bailar como posiciones tiene el cuerpo. 

Así que de la tristeza he pasado a la alegría. (Sí, así soy de inestable.) Y me he propuesto una cosa, una única cosa: bailar todos los días al menos diez minutos. He cogido la agenda y he escrito: "Bailar". Horario: De 21:00h. a 21:10h. Repetición: Todos los días. Acabar: Nunca.

¡Vale! No soy espontáneo, eso también es cierto, pero yo hoy he bailado. ¿Cuándo fue la última vez que tú lo hiciste?

Emma Goldman

lunes, 24 de octubre de 2016

SXF - VLC . Antonio Machado

No entiendo por qué le rotulan el nombre a los aviones. ¿Qué sentido tiene? No digo que no lo tengan, pero ¿qué sentido tiene escribirlo en un lateral bien grande?

Recuerdo que a mi primer coche le llamábamos, cariñosamente, "Butatrans". Era un Seat Panda naranja de los antiguos. Cuadrado y robusto. Hacía un ruido horrible y soltaba humo en exceso. Recuerdo que me duró muy pocos meses. Pero no le "tatué" el nombre. La matrícula ya lo identificaba. Como la de los aviones.

El avión de hoy se llamaba "Tornasolado"; y he estado pensando en ello todo el viaje. Me he imaginado un mundo dónde todos lleváramos tatuados nuestros nombres. En un lugar bien visible y con letra grande.

Así sería imposible no saber con quien estás hablando. Sólo haría falta mirar de soslayo el tatuaje para poder dirigirte a esa persona. La verdad es que para mi trabajo me vendría de lujo. A la gente le gusta que le llames por su nombre. Mucho. Por su auténtico nombre. Con acentos y todo.

Últimamente utilizo un truco que me enseñó una vieja amiga:

- Disculpa, no recuerdo tu nombre.
- Pedro.
- No, eso ya lo sé, digo el apellido - contestas.
- Gutiérrez.

De esta forma tan sutil, consigues nombre y apellido. Y encima le haces creer que recordabas su nombre, cuando lo mismo no sabes ni quien es.

El tema de los nombres es importante. He estado repasando el pasaje mientras volábamos a València. Ha sido curioso. La gente tiene "cara" de ciertos nombres. Quiero decir, ves una chica joven en el avión y lo mismo piensas: "Le pega llamarse Rebeca". Si es así, nunca podría llamarse "Eugenia". "Eugenia es nombre de mujer mayor", piensas. Pero claro, en algún momento Eugenia fue joven. ¿Tenía cara de llamarse Eugenia?

Le he puesto nombre a todos los pasajeros. Todo tipo de nombres. Variados. Según su aspecto físico. Luego le he puesto nombre al pasaje entero. He decidido que viajaba con un pasaje de "Gustavos". No sé, por Bécquer. Me han parecido, en general, pelín estirados. Y me ha venido a la cabeza Gustavo Adolfo. No sé por qué.

Hay pasajes para todos los gustos y nombres. Hay algunos que son "Amparos", hay pasajes que son "Virtudes", y hay aviones que son "Jennifer Desirés". Ya sabéis a lo que me refiero. 

La importancia del nombre. Una rosa ¿es más rosa por el hecho de llamarse rosa? Ni pajolera idea. Cuando me pongo filosófico no hay quien me soporte.

Lo que sí que comparto al cien por cien sobre este tema es lo que dijo Antonio Machado: "Dicen que el hombre no es hombre mientras no oye su nombre de los labios de una mujer"

Antonio Machado

PD: Por cierto, me llamo Antonio. O como dice mi madre: "Mi Antonio"

viernes, 21 de octubre de 2016

LHR - SXF . Albert Einstein

¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre!

Como ya he dicho alguna vez, viajo solo, pero no siempre. En raras ocasiones me acompaña algún compañero de la empresa, normalmente cuando viajo a Alemania, como era en esta ocasión. 

Suelo ser yo mismo el que se encarga de todo el papeleo de los billetes pero, con la felicidad del vuelo anterior, me deje los papeles en casa y tuve que pedirle a la empresa que me consiguiera un nuevo pasaje hacia Berlín.

Mi compañero y yo nos dirigimos al aeropuerto de London Gatwick. Una vez allí no encontrábamos en el panel el vuelo, así que fuimos a preguntar al personal de tierra de la compañía. Ahí empezaron todas nuestras desgracias: nos habíamos equivocado de aeropuerto, teníamos que haber ido al de Heathrow.

Miro la hora y pienso que no llegamos. Salimos zumbado con las maletas y dos bolsas llenas de libros que he comprado durante la semana. Desechamos la idea de  coger el autobús, que tarda más o menos una hora en condiciones normales, y pillamos un taxi. El taxista dice que nos lleva pero que nos cobra trescientas Libras. Lo miro con cara de odio, pero no nos queda más remedio. Luego le pasaré el ticket a la empresa a ver si cuela. Advierto al taxista que tenemos que llegar sí o sí a coger el maldito avión, en caso contrario le pago la mitad.

El coche vuela. El taxista no quiere perder dinero. En un momento pienso en decirle que pare. Va a ser peor el remedio que la enfermedad. Me mataré antes en el coche que en el avión. Es pura estadística pienso, pero no me atrevo. Seguimos volando, esta vez en tierra.

El taxi llega a tiempo, más o menos. Vamos a pagar y el taxista no lleva datafono y nosotros no llevamos suficiente dinero. Convenzo al taxista para que nos acompañe dentro a sacar dinero. Mientras yo voy facturando las maletas, mi compañero busca un cajero. 

El personal de tierra me dice que no da tiempo a facturar, que vayamos directamente a embarcar o no llegamos. Salgo corriendo con las maletas y las bolsas. En el camino me encuentro a mi compañero y al taxista. Viene con cara preocupada. Las cajeros no funcionan. Una caída del sistema informático bancario a nivel nacional. El taxista más que preocupado, enojado. Un zamarro de casi dos metros. Ahora nos odia él a nosotros.

Le explico a toda prisa que no tenemos tiempo, que no podemos perder el avión. Le pido un número de cuenta donde le haré un ingreso cuando llegue a Berlín. A duras penas le hago a confiar en nosotros. Nos ve la cara de agobio y nos cree. Todo esto se produce mientras vamos corriendo para pasar el control de seguridad. 

Pasamos a toda velocidad, puro milagro. Corriendo hacia la puerta de embarque, llegamos por los pelos. Pero en la puerta el imbécil que nos atiende nos dice que una maleta por persona. "Normas de la compañía", nos dice. La dos bolsas se quedan en tierra. Empiezo a ponerme nervioso. Le digo que nos deje pasar con las bolsas, que no va a pasar nada. Le explico nuestro periplo para llegar y que las bolsas son equipaje de mano. Se niega. El equipaje de mano son las maletas. "Normas de la compañía", repite como un loro. Queda un minuto y van a cerrar la puerta. ¡Cómo se puede ser tan hijo de puta! Tan hijo de una grandísima puta.

Me niego a dejar los libros. Empiezo a sacarlos y a ponérmelos encima como puedo. Por dentro de la camisa. En la cintura del pantalón. La situación es absolutamente ridícula. El azafato nos mira sin inmutarse. Parecemos gilipollas. Con traje y corbata, y llenos de libros. Por todas partes. Al menos diez libros cada uno. Once quizás. De los grandes. Además meto las bolsas grandes dentro de mi maleta. Casi no podemos andar.

Por el pasillo hacia el avión le oigo decir por el telefonillo: "¡Todo listo!". Aceleramos el paso. Me voy a cagar en la madre que lo parió. Llegamos con la puerta casi cerrándose. La azafata no da crédito a lo que ve. Nos deja pasar con la cara desencajada, parece sospechar que es una bomba. De hecho nos pregunta si llevamos una bomba. La miro con absoluta incredulidad. "¡¡¡Pero menuda puta mierda de seguridad hay en los aviones!!!", grita mi cerebro. Respiro, sonrío como puedo, le digo que no, que son libros. No hace más preguntas. Hace dos clics con el "cuentapasajeros".

Atravesamos el pasillo hacia nuestros asientos. El pasaje nos mira. Vergüenza. El avión empieza a moverse. Saco las bolsas de las maletas y metemos dentro los libros. Mientras me siento, y respiro como puedo con un cabreo monumental, pienso en Albert Einstein cuando dijo: "Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro".

Albert Einstein

PD: Llegamos a Berlín y no hago el ingreso. El desgraciado del taxista paga la broma del gilipollas del azafato. ¡Que les den por el culo!

lunes, 17 de octubre de 2016

VLC - LGW . Sigmund Freud

Siempre hago un minucioso repaso a todo lo que tengo que llevar en cada viaje. Reviso cada calzoncillo, cada calcetín, cada camisa y cada pantalón. Cada par de zapatos, cada corbata, cada traje y todo el neceser. Siempre pongo de más para posibles contratiempos. Además la bolsa de mano con toda la documentación necesaria para mi trabajo.

Muchas veces me voy con la sensación de que me he dejado algo atrás, pero no suele ocurrir. A veces calculo mal los cambios de ropa y me compro algo de repuesto; o el tiempo de la ciudad cambia radicalmente y paso más frío o más calor de lo necesario. No es la primera vez que me voy sin ropa de abrigo y luego hace un tiempo del demonio.

Pero en general soy minucioso. La experiencia es fundamental y no tengo mucho margen de error.

Sin embargo hoy, no sé cómo ha podido ocurrir, me he dejado la maleta en casa. Toda la maleta. Ya estábamos en pleno vuelo cuando me he dado cuenta y, claro, he empezado a agobiarme. Mucho.

No sólo por no llevar nada de ropa, excepto la que evidentemente llevaba puesta. Mi imaginación ha empezado a dispararse y a pensar si, además de la maleta, me había dejado, por ejemplo, algún grifo abierto.

He estado todo el viaje repasando mentalmente cada rincón de mi casa y cada último movimiento que había hecho antes de salir. Evidentemente no recordaba haber dejado ningún desastre en marcha. Sólo visualizaba mi estúpida maleta en la puerta del recibidor.

Y después de esto he empezado a torturarme mentalmente pensando a qué se debía semejante olvido. Afortunadamente llevaba encima los papeles del trabajo y mi ordenador portátil, pero no lograba entender cómo había dejado algo tan evidente como la maleta.

Primero he pensado que debía ser alguna enfermedad. Soy un pelín hipocondríaco y la primera respuesta a cualquier problema siempre es alguna disfunción en mi salud. Luego he repasado el fin de semana en casa y he dado con la causa de mi olvido: la felicidad. 

He recordado que he salido de casa tarareando una estúpida canción de "Els amics de les arts". Digo estúpida porque aún ahora que escribo esto no he podido quitármela de la cabeza. He realizado todo el camino en taxi hacia el aeropuerto feliz y contento.

El fin de semana ha sido maravilloso y, claro, de ahí que mi mente estuviera en otro sitio. Una vez detectado el motivo, he empezado a relajarme. No mucho, ya sabéis que hay que mantener la mente en el vuelo, pero por primera vez en mucho tiempo me he relajado en un vuelo. 

Se me ha puesto cara de tonto recordando cada momento del fin de semana. Cada momento de felicidad vivida. Hacía tiempo que no me ocurría. No me extraña que se me haya olvidado la maleta. 

En fin, he llegado a Londres y he ido directo a comprarme de todo. Ropa para toda la semana. Y mientras compraba seguía tarareando "Jean-Luc". Con una estúpida sonrisa de oreja a oreja que despertaba no pocos recelos en el dependiente que me atendía. Supongo que no están acostumbrados a ver gente alegre. Y entonces me he sentido un poco idiota. O un mucho, porque, como dijo Sigmund Freud: "Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo." Yo hoy era doblemente feliz.

Sigmund Freud

viernes, 14 de octubre de 2016

BCN - VLC . Octavio Paz

Preferiría ir en tren, pero con la mierda de servicio que hay entre Barcelona y València, siempre acabo cogiendo el avión. Claro que lo del avión, a veces, no es mucho mejor.

No sé si habéis hecho alguna vez el trayecto. Es un avión "miniwini". Enano. Incómodo. Cualquiera diría que es de juguete. En vez de hélices parece que le hayan colocado dos ventiladores. Claro que como lo mantengo yo con la mente, como si no se los ponen. 

El caso es que una amiga me contó una vez que tuvo sexo en uno de estos vuelos. Sexo del bueno me dijo. En el baño, claro.

Hoy me he acordado de aquello y, cuando ha despegado el avión, me he desabrochado el cinturón y he ido al aseo a imaginar semejante locura. No he podido entender cómo se puede tener "sexo del bueno" en un cubículo tan pequeño. No puedo comprenderlo. Pero si te sacas la chorra y casi no cabes. Bueno, depende de la chorra, claro.

El caso es que he estado ahí de pie. Un buen rato. Imaginándomelo. Viendo qué posiciones imposibles se podían hacer en ese pequeño espacio. Ha habido un momento en que me he puesto cachondo. Uno no es de piedra y mi imaginación es desbordante. Me he visualizado allí haciéndolo. Con un hombre. Con una mujer. Con un hombre y con una mujer. He visualizado una orgía. Las mil y una posiciones posibles. Sí, en ese minúsculo espacio. Lo que me parecí imposible en la realidad, se ha hecho presente en mi imaginación. Y para cuando me he dado cuenta el comandante anunciaba que el avión estaba a punto de aterrizar.

Más de media hora he estado en el baño. Al salir las azafatas me miraban. Mi cabeza seguía a lo suyo. Las dos. He imaginado que de repente se me acercaba una de ellas, me cogía de la mano y me llevaba tras las cortinas que separan el pasaje de la cabina del piloto. Me he visto haciendo el amor con ella de manera salvaje. En ese momento entraba otra azafata y se unía a la fiesta. Una locura. Mi mente pasaba de una a otra, hasta que el comandante abría la puerta y al ver la escena decidía participar. Todo eran manos, brazos, lenguas. Un placer para todos los sentidos. Las cortinillas se abrían de golpe y vislumbraba como todo el pasaje, contagiado de nuestros gemidos, había decidido celebrar que estamos vivos. Todos con todos. ¡Dios! El cerebro a veces hace cosas maravillosas.

Estaba en ello cuando ha venido una azafata para despertarme de mis pensamientos. Estaba sólo en el avión. El resto del pasaje ya había bajado y yo, como Chandler Bing, dormía con los ojos abiertos.

He recogido mi equipaje y he bajado con una sonrisa de oreja a oreja, y una erección que no podía ocultar. He salido lo más digno que podía y me he ido a casa. Y es que, como dijo Octavio Paz, "En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación".


Octavio Paz

lunes, 10 de octubre de 2016

LHR - BCN . Leonardo da Vinci

El puto avión casi se parte en dos al aterrizar en Barcelona.

No ha sido normal. Sólo la pericia de la comandante Ana Noséqué (y mi brillante fuerza mental) ha conseguido que no nos estampáramos. ¡Joder, joder, joder! Aún estoy temblando.

El chico que había a mi lado me ha cogido de la mano, ha empezado a estrujármela como si ello fuera a salvarnos la vida. El avión no paraba de dar bandazos hacia arriba y hacia abajo. Y yo no podía soltarme la mano del pobre desgraciado cuya cara estaba blanca como el mármol. ¡Qué asco! He tenido dudas sobre qué era peor, lo de la mano o lo del avión. Mi mente funcionaba como si no hubiera un mañana. De hecho estaba seguro de que no había un mañana.

Y de repente, un pedazo de gilipollas de los santos cojones ha gritado: ¡Vamos a morir todos! Y ha empezado a descojonarse. A reírse a mandíbula batiente. A carcajada limpia. Y ha vuelto a gritarlo: ¡Vamos a morir todos!

El pasaje estaba mudo. Nadie le reía la gracia, pero a él parecía no importarle. Seguía de risas.

No soporto a ese tipo de gente que todo se lo toma a broma. Que se ríe de todo. Que ante las situaciones más absurdas y peligrosas, les da por hacer una gracieta. Me he imaginado levantándome y dándole una hostia en la cara con la mano abierta. Lamentablemente no podía ni moverme.

Me he imaginado cogiéndole de la cabeza y aplastándosela una y otra vez contra la bandeja que hay en cada butaca. Una y otra vez, una y otra vez. Viendo como su nariz se rompía y comenzaba a chorrear sangre. No hubiera parado. ¿Cómo se puede odiar tanto a alguien por su risa?

Esa puñetera risa que llega en el momento más inoportuno. No podía dejar de pensar que ese tío sería capaz de reírse en un entierro. Me lo he imaginado en la puerta del cementerio, con el ataúd de su madre delante y el muy cerdo llorando, pero de la risa.

Me lo imaginaba allí feliz, en una de las situaciones más trágicas de la vida. No daba crédito. Mis ojos se entornaban intentando mandarle la peor energía creada por el ser humano: mi odio. Mi odio infinito.

Y, de repente me vino a la cabeza una de las frases que odio con todas mis fuerzas, una frase de Leonardo da Vinci: "Si es posible, se debe hacer reír hasta a los muertos." Maldito bastardo.

Leonardo da Vinci

viernes, 7 de octubre de 2016

MEX - LHR . Françoise Sagan

Me he dormido. Me he quedado absolutamente dormido.

Estos días han sido de muchísimo trabajo. Soy ejecutivo especializado en el análisis estadístico y reconfiguración de datos a nivel internacional y no he parado de trabajar en toda la semana. México me ha dejado absolutamente agotado y ha sido subir al avión, sentarme al lado de la ventanilla y quedarme dormido.

No sé cómo ha podido ocurrir, pero ha ocurrido. Me he despertado cuando sólo faltaba una hora para aterrizar. Al ver que seguíamos volando, he entendido que alguien había estado "aguantando" el avión mientras yo dormía. A partir de ese momento me he dedicado a mirar entre los pasajeros para ver a quién debía agradecer mi existencia. La mía y la del resto del pasaje.

He descartado inmediatamente a la mocosa que tenía sentada a mi lado y que durante lo que han durado mis pesquisas ha dedicado su tiempo a hacerse selfies e intentar subirlos a instagram. ¡Qué guantazo tenía la niña! Le decía a su acompañante: "tío, no carga el internet". Insufrible.

Por delante de mí el pasaje parecía tranquilo. Muchos de ellos despertándose como yo de un largo sueño. Los que estaban despiertos parecía que conversaban animadamente unos con otros después de tantas horas de viaje.

Al girarme he visto, dos filas detrás de mí, a una señora mayor con el pelo blanco y la cara petrificada. Sus manos agarraban con fuerza el asiento. Viajaba sola, pues en su fila no había ningún pasajero más. Iba totalmente maquillada, con un color de labios rojo fuerte y un fuerte colorete en sus mejillas. Tenía una mueca en su rostro que me hacía recordar el mío cuando hago fuerza en el despegue. Los ojos bien abiertos mirando el infinito. He deducido que había sido gracias a ella que todo había ido sobre ruedas.

Respiraba tranquilo cuando, en ese mismo momento, el comandante ha dicho por el altavoz que estábamos a punto de aterrizar. Extrañamente el vuelo había llegado casi tres cuartos de hora antes de lo previsto. Un milagro en toda regla. Me he girado y he vuelto a mirar a nuestro ángel de la guarda por encima del reposacabezas. He dicho un "gracias" en voz baja y he observado que seguía en la misma posición.

El avión ha comenzado el descenso y ha aterrizado sin problemas. He cogido mi equipaje de mano y he decidido salir por detrás. Al pasar por delante de la señora para darle las gracias me he dado cuenta de que seguía en la misma posición, con la misma cara, enganchada aún fuertemente en la butaca. No parpadeaba, no emitía sonido alguno. Estaba ahí quieta, hierática... muerta.

No sabía qué hacer. Avisar a una azafata hubiera significado esperar y dar más explicaciones de las que me apetecía. Por otro lado me parecía inhumano dejar a la pobre mujer allí. Nadie parecía darse cuenta de la situación. Todos parecían animados con la llegada a Londres. He mirado a un lado y a otro. Quería parecer tranquilo, aunque el corazón me iba a mil por hora.

Al final he decidido agacharme, acercarme a su rostro impasible y susurrarle al oído un nuevo: gracias. Le he dado las gracias porque, como dijo Françoise Sagan, "la felicidad para mí consiste en gozar de buena salud, en dormir sin miedo y despertarme sin angustia". Sobre todo despertarme.

He dado media vuelta y he salido silbando por la puerta. Nunca se me ha dado bien disimular.

Françoise Sagan

lunes, 3 de octubre de 2016

JFK - MEX . Paulo Neo

¿Por qué me hablan durante el vuelo?

No lo entiendo. No soy excesivamente empático, más bien lo contrario. Llego al avión, me siento, sufro, me bajo y se acabó. No pretendo que nadie me entretenga durante el vuelo.

Además de inventar historias en mi cabeza, he de hacer un esfuerzo mental inaudito, que nadie me agradecerá, haciendo fuerza para que el avión se mantenga en el aire.

Creo firmemente en el poder de la mente; y estoy absolutamente convencido que, para que un cacharro de monstruosas dimensiones y peso se mantenga en el aire, tiene que haber alguien con una mente preclara como la mía manteniéndolo en el aire. Me da igual que me deis una explicación científica. Si los aviones vuelan es porque alguien como yo va en cada avión haciendo fuerza mental.

Por eso me molesta soberanamente que algún pasajero me dirija la palabra. No es necesario. Cuando alguien lo hace me dan ganas de decir: "Viajo sólo. Usted y yo no somos amigos, no vamos juntos, probablemente no volveremos a vernos en la vida, no tiene ni siquiera que fingir ser amable, con que permanezca callado durante las horas que dure el vuelo me sobra y me basta"

¡Vale! Nunca lo hago. Intento contestar con algún monosílabo, hacerme el despistado y seguir a lo mío: mantener el avión en el aire.

Hoy se ha sentado a mi lado un desagradable jovencito adolescente. Ya ha entrado sofocado en el avión, justo a punto de cerrar puertas. Ha llegado, se ha sentado y ha empezado a parlotear.

- "Menos mal, casi no llego. He venido con el coche y tenía que dejarlo en el parking pero, justo antes de llegar, a menos de cincuenta metros, he pinchado la rueda. Imagínese: saca el gato, cambia la rueda, manos manchadas. Todo el tiempo mirando el reloj. Y eso que he venido mucho antes para poder sentarme tranquilamente y tomarme una cervecita. Encima la rueda de repuesto estaba pinchada también, me ha tocado llamar a la grúa. Un desastre."

Lo he mirado con cara de perplejidad y le he dicho: "Je suis désolé, je ne parle pas votre langue."

He pensado que así se callaría, y de repente me ha sonreído. Con una sonrisa que brillaba. Me he fijado en ese momento. Me he dado cuenta también de la luz de sus ojos azul oscuros. Me ha sonreído y me ha dicho sin dejar de hacerlo: "Y después de la mierda de día que llevo, me toca un gilipollas alemán de compañero de viaje."

Después de decirme eso ha soltado una carcajada tremenda. Yo sonreía, hacía como que no entendía, pero he estado a punto de darle una puta hostia, sólo por la necedad que significa confundir el francés con el alemán. Pero he preferido hacerme el "germano" y no tener que volver a escucharlo durante todo el viaje, porque como dijo Paulo Neo: "Paciencia y silencio: virtud de los grandes."


Paulo Neo

PD: Lo confieso, no he podido evitarlo. Cuando hemos aterrizado, he sacado la maleta del compartimento y, antes de dirigirme a la salida, le he mirado a los ojos brillantes y le he dicho: "Eres un puto ignorante hijo de puta. Te he hablado en francés, no en alemán, burro de cojones." He dado la vuelta, he salido del avión y no he vuelto a verlo.

viernes, 30 de septiembre de 2016

AMS - JFK . Albert Camus

Siempre me siento en la butaca que me toca.

Cuando me preguntan, al reservar el billete, si quiero pasillo o ventanilla, siempre respondo que me da igual, dejando mi suerte en manos de la persona que lo emite. Si tiene que pasar alguna desgracia, prefiero no haber sido yo el que haya decidido el lugar que ocupo en el avión.

Es una manía. No puedo evitarlo. Por eso me revienta cuando llego y mi sitio está ocupado.

Hoy, que el viaje era largo, al entrar se sentaba a mi lado una madre y un hijo adolescente. Él ocupaba mi asiento junto a la ventanilla. Al ir a sentarme le he dicho: "Perdona, pero estás ocupando mi sitio". Se lo he dicho con una sonrisa de oreja a oreja, intentando que mi nerviosismo al verlo en mi lugar no se notara. Como un idiota le enseñaba el billete donde ponía claramente el número de mi butaca.

La madre, disculpándose, me ha contestado: "Perdone, si no le importa sentarse en el pasillo, mi hijo quería estar al lado de la ventanilla. Quiere ver el despegue y el aterrizaje. Luego podemos cambiar de nuevo".

"¿Si no me importa?", he pensado. Os juro que he tenido ganas de gritar. De decirle y explicarle por qué no podía cambiarme de lugar. Me hubiera gustado explicarle claramente que el Universo me había reservado ese sitio para mí. Que, fuera cual fuera el final del viaje, "ese" era mi asiento. Y encima el despegue y el aterrizaje, los dos momentos más peligrosos de todo el vuelo.

¿Qué pasaría si hubiera un problema en pleno aterrizaje, por ejemplo, el avión se estrellara y sólo sobreviviera el afortunado que fuera en MI butaca? Ese es MI sitio. Es el que me ha tocado, en el que la suerte ha querido que YO me pusiera.

En medio de este soliloquio interno he pensado: "¿Y si el Universo me estuviera reservando, en realidad, un cambio de butaca a última hora producido por un joven adolescente, en complicidad con su madre. Un cambio destinado a salvar MI vida". Luego mi cabeza me interrumpía: "¿Y si el Universo le estuviera reservando a ÉL, ese cambio de butaca? Un cambio destinado a salvar SU vida"

Todo esto se producía mientras yo seguía de pie, con la sonrisa helada; y la madre me miraba con ojos de cordero degollado. Mi cerebro estaba a punto de entrar en colapso. No sabía qué decidir. Al final la opción de ser educado ha prevalecido sobre mis temores.

He pasado las más de ocho horas del vuelo sin pegar ojo, atento a todo lo que pasaba en el avión. Intentado detectar alguna anomalía que me hiciera pensar que íbamos a morir todos. Que íbamos a morir todos menos el niñato que estaba sentado en MI sitio y al que me ha parecido oír roncar en más de una ocasión. De hecho no se ha despertado ni en el aterrizaje.

Afortunadamente no ha pasado nada y hemos llegado sanos y salvos. Sin embargo, durante el vuelo, no he podido quitarme de la cabeza una maldita frase de Albert Camus: "Ellos mandan hoy... porque tú obedeces".

Albert Camus

lunes, 26 de septiembre de 2016

IBZ - AMS . Terry Pratchett

Por muchas horas de vuelo que lleve, siempre que llega el momento donde la tripulación de cabina explica las normas de seguridad, permanezco atento a sus indicaciones.

Sé que siempre hacen lo mismo, pero me gusta mirarlos. Tengo la necesidad, o más bien la obligación de hacerlo. Siento como si estuvieran representando una función y nosotros, como espectadores, debemos estar observando sus movimientos.

Sin embargo agradecería otro tipo de información. Está muy bien que nos indiquen las puertas de emergencia y que hacer ante un posible, pero improbable, caso de amerizaje. Es necesario saber dónde están los chalecos salvavidas, pero creo que es más importante saber qué cojones significan todos esos pitidos que se escuchan durante el vuelo.

Lo peor que llevo de volar en avión son los sonidos infernales que se producen en su interior. Y no hablo del necesario ruido de los motores o el molesto estruendo que producen las ruedas al replegarse dentro de la estructura del avión. No. Lo que no soporto son los avisos inoportunos y a traición que se transmiten desde la cabina de los pilotos.

He intentado, mediante la observación, saber si hay un código especial, que supongo que lo hay, pero no he conseguido descifrarlo. Estás tranquilo, dentro de lo que cabe, dentro del avión y de repente: ¡ping! o ¡ping, ping! Entonces miro la cara de los auxiliares de vuelo (no sé cuando coño dejaron de llamarse azafatas y azafatos). Intento escudriñar en su cara si todo va bien. Suelen seguir sonriendo, pero eso no me relaja.

Hoy, en pleno vuelo, se han escuchado dos "pings" y un "azafato" ha salido corriendo hacia la cola del avión. He estado a punto de levantarme y seguirlo para ver qué pasaba, pero mi acojono ha podido más que mi curiosidad. Un minuto después aparecía por el pasillo con un carrito para servir bebidas.

Le he pedido un agua. No era mi intención bebérmela. Ni siquiera tenía sed. Sólo quería preguntarle si había algún problema. Me miraba sonriendo y no he tenido el valor suficiente para hacerlo.

Lo de los sonidos es algo que me preocupa. De verdad. Además, ya lo dijo Terry Pratchett: "Probablemente el último sonido antes de que el Universo se repliegue sobre sí mismo, será alguien diciendo: ¿Qué ocurre si aprieto esto?".


Terry Pratchett 

viernes, 23 de septiembre de 2016

VLC - IBZ . Frida Kahlo

No es que no me guste, es que me da miedo volar.

Mucho.

A pesar de ello, y debido a mi trabajo, debo volar dos veces por semana de un lugar a otro del planeta. Los lunes y los viernes, generalmente. Ya se sabe que Dios le da pan a los que no tienen dientes.

En este miedo profundo que me produce, he de mantener mi cabeza entretenida durante los vuelos para no volverme loco. Así que durante la espera en la terminal del aeropuerto, durante el embarque y en el propio vuelo, invento mil historias sobre las personas con las que, al azar, comparto viaje. Ello me permite seguir volando y no pensar en catástrofes aéreas.

Durante los últimos meses, he estado recopilando en una libreta algunas de esas historias. Ahora ha llegado la hora de publicarlas. Sin ningún motivo aparente. Sólo por el placer de que alguien, aunque sólo sea una persona en este mundo, las lea.

Volaba de València a Ibiza cuando, delante de mi en la cola para embarcar, había una extraña pareja. Hablaban entre ellos en inglés. A él no le veía la cara porque estaba de espaldas, pero ella se giraba continuamente para dirigirle la palabra. Por el acento entendí que ella no era inglesa, hecho que se reafirmó cuando, de soslayo, vi su DNI al entregárselo al personal de tierra de la aerolínea.

Era una chica joven y excepcionalmente guapa. Alta, morena, con unos ojos profundos de color grisáceo. Una belleza. Iba elegantemente vestida y, en su figura, se notaba ya una incipiente tripita que anunciaba una próxima maternidad. Ello le proporcionaba una maravillosa aureola.

Pero todo eso no fue lo que más me llamo la atención. Lo que me fascinó de ella es cómo lo miraba a él. Se lo comía. Una mirada pura, limpia, honesta, risueña.

En ese momento pensé que él era un hombre afortunado. Ya quisiera yo que alguna vez alguien me hubiera mirado como ella lo miraba a él. Con una profundidad, con una sonrisa que podía verse en el interior de su iris. Una maravilla. Yo me quedé fascinado del amor que desprendían esos hermosos ojos.

Entonces tuve la necesidad imperiosa de verle la cara a él. Quería ver si la mirada era correspondida. Necesitaba saber qué era lo que reflejaba un rostro que siente esa mirada en sus pupilas. Aproveché un momento en el que ella decidió darle un beso en la boca para acelerar un poco el paso y adelantarlos en la plataforma que nos llevaba a la puerta del avión. Giré mi cabeza para verlo, para intentar captar ese momento, dispuesto a encontrarme otro bellezón. No fue así. 

Cuando separaron sus bocas descubrí que él era, para que negarlo, feo. No del montón, no uno cualquiera, como yo mismo. Él era profundamente feo. No voy a describirlo. Muy feo. Y, de repente, fue como si toda esa música celestial que había estado escuchando en mi cabeza, cuando la miraba a ella mirándolo a él, se hubiera interrumpido de golpe.

Me giré contrariado y entre en el avión sin dejar de pensar. De hecho no pude quitármelo de la cabeza en todo el viaje. Ni siquiera me había dado tiempo a saciar mi curiosidad sobre cómo la miraba él a ella. Llamadme superficial pero me mantuve entretenido todo el vuelo pensando en cuál podía ser el motivo por el que ella le amaba a él. Pensé que si él había encontrado el amor, cualquiera de nosotros podía encontrarlo.

Estuve tentado de buscarlos, sentarme a su lado y preguntarle a ella. ¿Qué podía ver en él que no veíamos los demás? Y no, estoy absolutamente convencido de que no era una cuestión económica. Ella estaba perdidamente enamorada de él. Lo vi en sus ojos. Estoy seguro.

Y así pasé los cuarenta y cinco minutos que nos costó llegar a la isla. No volvimos a coincidir ni a la salida del avión ni en los pasillos del aeropuerto. Y, a pesar de todo, no pude dejar de pensar en ello todo el fin de semana. Viendo a gente semidesnuda por las playas, paseando algunos de ellos cogidos de las manos, no consiguieron trasmitirme ni la mitad de amor que ella le dedicó a él con solo una mirada. 

No hay nada más importante porque, como dijo Frida Kahlo: "Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Sólo entonces te darías cuenta de lo especial que eres para mí".

Frida Kahlo