lunes, 14 de noviembre de 2016

SHE - SHE . Rabindranath Tagore

No he salido del hotel en todo el fin de semana. No he ido a trabajar. No he cogido el vuelo de vuelta. No he hecho absolutamente nada. No he podido. Me miro en el espejo y no me reconozco.

Dijo Rabindranath Tagore: "Aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor".

¡Los cojones, maestro Rabindranath! ¡Los cojones! Ahora mismo doy miedo. Tengo un aspecto tan lamentable que estoy seguro que, si voy al aeropuerto, me pararan en el control de seguridad.

Llegaré con esta calva, me cachearán de arriba a abajo, me meterán en un cuartucho, me pondrán a cuatro patas y buscarán droga en cualquier orificio de mi cuerpo. ¡Me niego! Prefiero mi encierro voluntario en este hotel que verme subido en una camilla con el culo en pompa, los calzoncillos por los tobillos y los calcetines puestos.

Lo sé, tengo demasiada imaginación. Seguramente nada de eso ocurrirá. Especialmente lo de los calcetines. Pero siempre existe la posibilidad. ¿Pequeña? Sí, pero existente.

Ya no estamos seguros porque todo, absolutamente todo, puede ocurrir. Todo. Nadie está a salvo de nada. Si es posible que ocurra, es posible que ocurra. Que no quiere decir que vaya a ocurrir.

La ciencia, si es que lo era, de la probabilidad y la estadística se ha ido al garete. Y nadie va a poder remediarlo. En lo que llevamos de año, ni una sola gran encuesta ha acertado. Ni una. Brexit, Colombia, Trump...

Admitámoslo, si Trump ha llegado a presidente... cualquier cosa puede ocurrir. Y sí, por un lado es maravilloso pensar en ello. En que nada es imposible. En que Dios juega a los dados con el Universo. Por otro lado, sólo pensarlo, es algo que me desconcierta, me desequilibra. Se cumple la maldición china: vivimos tiempos interesantes.

Así que no quiero arriesgarme. Permaneceré en el hotel hasta que me crezca de nuevo el pelo. Al menos así reduciremos al máximo la posibilidad de tener que pasar por el apuro de que un chino me haga un tacto rectal y, luego, ni me llame ni me escriba. ¡Eso sí que no!

Rabindranath Tagore

viernes, 11 de noviembre de 2016

SHE - TAO . George Gurdjieff

Ha sido un día realmente desagradable.

Hoy me ha tocado el billete en la última fila del avión cuando, delante de mí, se ha sentado un niño de unos ocho años. Aparentemente viajaba solo porque no le he visto hablar con nadie en todo el viaje y se sentaba solo.

Estaba yo pensando en mis cosas cuando he creído ver saltar, desde su pequeña cabeza hacia el respaldo del asiento, un diminuto piojo. Vale, no lo sé con certeza, sólo me lo ha parecido. No he podido parar de mirar, en la hora y media que hemos estado de vuelo, si otro de esos asquerosos insectos volvía a aparecer. No he logrado vislumbrar ninguno.

Aún así he estado todo el viaje atento por si veía un movimiento parecido. No sabía qué hacer. Todo esto os lo podéis imaginar con una cara máxima de asco e intentado apartarme lo máximo posible de su asiento. Ha habido un momento que observaba tan detenidamente y con la cara tan desencajada,  que al mirar de reojo he visto que, el chino que viajaba conmigo al lado, me miraba con desaprobación. Hubiera querido explicarle que no miraba al niño, si no al maldigo piojo. ¡Necesitaba saber si mi visión era correcta! No he podido cerciorarme.

El viaje no ha sido muy largo. He cogido mi maleta y he salido lo más rápido posible de allí. He llegado al hotel, me he desnudado y he ido corriendo al espejo del baño a mirarme de arriba abajo. Me picaba todo y no podía parar de rascarme. He hecho un análisis concienzudo de todo mi cuerpo. Por todas partes. No conseguía ver nada extraño y sin embargo no se me iba ese maldito picor. Primero en la cabeza, luego en los brazos, el pecho, el pubis. ¡¡Todo me picaba!! ¡¡¡Hasta las palmas de las manos me picaban!!!

No he tenido más remedio que tomar una decisión drástica. He cogido mi bolsa de aseo, he sacado la máquina que tengo para recortarme la barba, una maquinilla de afeitar y he decidió acabar con todo mi vello corporal, mientras no podía de dejar de mirar el espejo intentando encontrar el más mínimo rastro de bichos bambando por mi cuerpo.

No soy un hombre especialmente peludo, pero me ha costado casi dos horas eliminar todo el pelo de mi cuerpo. Todo. Y el resultado no podía ser peor. No sé cómo ha podido ocurrir. Ahora estoy en el baño, mientras escribo esto, y me miro reflejado en el espejo. ¿¿Cómo cojones he acabado afeitándome la cabeza??

No sé si llorar o reírme. Ahora me pica mucho más y no tengo aftershave. Sí, sobre todo "ahí". Apenas me queda el pelo de las cejas y las pestañas, pero su ausencia no me ha quitado el picor, más bien al contrario.

Mientras me pregunto qué voy a hacer mañana recuerdo una frase de George Gurdjieff: "La gente no tiene ni idea de hasta qué punto es arrastrada por el miedo. Hay momentos en que ese miedo se vuelve obsesión." 

¡¡Soy un puto obsesivo!! ¡¡¡Dios, cómo pica!!!


George Gurdjieff

lunes, 7 de noviembre de 2016

BJS - SHE . Mi madre

China me trae muy buenos recuerdos, es cierto. No así sus vuelos nacionales. 

Hoy tenía que ir de Pekín a Shenyang y el avión era todo un espectáculo. Creo que no se podían incumplir más normas aéreas internacionales por metro cuadrado. No lo entiendo. 

Yo, que ya sabréis que soy un tipo que intenta cumplir con las leyes, no alcanzo a comprender cómo alguien se las puede saltar tan a la ligera. Allí no había nadie que llevara puesto el cinturón de seguridad. Las maletas se amontonaban en el pasillo como si de un autobús de una película localizada en el Amazonas se tratara. Había una señora, muy mayor ella, que viajaba con una jaula y dos gallinas. ¡¡Dos gallinas en el avión!! Un hombre, que rondaría los cincuenta, ha estado escupiendo todo el viaje en un pequeño cubo que había en la parte delantera del pasaje, y donde escupía más gente. Y otro hombre, este mucho más anciano, se ha encendido un cigarro en mitad del vuelo, hasta que una amable azafata (muy amable para mi gusto) le ha pedido que lo apagara. 

Se lo ha pedido por favor, con una sonrisa de oreja a oreja. Él no ha obedecido inmediatamente. Muy al contrario, le ha estado fumando en la cara mientras le discutía hasta que lo ha apagado en el mismo cubo donde el otro estaba escupiendo. La azafata ha dado por zanjado el tema y ha seguido a lo suyo. 

He estado a punto de levantarme y gritar: ¿Ya está? ¿Esto es todo? ¿No vas a ponerle ni una multa ni nada? ¡Este hombre te ha insultado fumándote en la cara! ¡Con su actitud ha menospreciado al resto de los viajeros! ¿¿Y ya está??

No lo he hecho, claro.

Hoy no podía dejar de mirar a mi alrededor y escandalizarme. Y me han entrado las dudas. ¿Para qué voy a seguir haciendo fuerza para mantener este avión volando? ¡Pero si nos merecemos que se estrelle! Esta gente está jugando con su propia vida en este avión incumpliendo todo lo incumplible. 

He pensado que íbamos a morir pero, evidentemente, no ha sido así. Y con esta amargor he bajado del avión. Deprimido, agobiado, pensativo, porque nada merece la pena si, hagas lo que hagas, la vida va a hacer lo que le de la gana. 

No sé si me explico. ¿De qué valen las normas, las reglas, las leyes si hay gente que se las salta siempre y no le pasa absolutamente nada; y otra gente las incumple una sola vez y acaba entre rejas? Le he estado dando muchas vueltas al tema hasta que me ha venido una frase que siempre decía mi madre: "Te pasas la vida intentando no morir atropellado por un camión, y acabas muriendo atropellado por un triciclo."

Seguramente la mujer tenía razón, pero yo, y mira que lo he intentado, no puedo dejar de mirar a todas partes buscando camiones.

Mi madre


viernes, 4 de noviembre de 2016

LYS - BJS . Jane Austen

Me gusta volar a China. Me trae buenos recuerdos.

La última vez que estuve allí me pasó algo increíble. Hoy al subirme al avión la he recordado. He estado pensando en ella todo el viaje. Pensando que llegaba al aeropuerto y allí estaba ella. Esperándome todavía.

He recordado la última vez que la vi. Como si fuera ayer.

Recuerdo como ella dio un paso hacia adelante y se acercó peligrosamente. Yo notaba su cuerpo tan cerca que un escalofrío recorrió todo mi ser. No entendía que es lo que me estaba pasando, pero me dejé llevar. Aún dio un pequeño paso más. Nuestros cuerpos no podían estar más cerca. Noté como su mano buscaba la mía y así nos quedamos un momento, pegados uno al otro. Alzó su mirada y yo bajé mi cabeza y nos fundimos en un beso. No sé ni cuanto duró. Estaba experimentando algo que ni yo mismo me esperaba. Empezó a llover. Una lluvia fina propia del mes de septiembre. Por un instante ni siquiera fuimos conscientes de lo que pasaba. Nosotros seguíamos allí. Mojándonos.

De repente tiró de mi mano y los dos salimos corriendo como dos colegiales felices. Riéndonos, intentando escapar del agua que ya empezaba a calar en nuestra ropa. Llegamos a un patio cercano, ella empujo la puerta y entramos dentro para refugiarnos. Entre risas me empujó contra la pared, se acercó y volvió a besarme. Un beso suave y violento a la vez. Tenía unos labios dulces, carnosos. En ese instante el mundo parecía haberse parado.

Volvió a salir corriendo, cogiéndome de la mano, escaleras arriba. Yo no podía hacer otra cosa que seguirla. Mi cabeza intentaba razonar, pero algo estaba pasando que era más fuerte que yo. Abrió una puerta y nos introdujimos dentro de la casa. Me arrastro hasta el salón y me empujó contra el sofá. Yo me quedé allí sentado admirando su cuerpo. En un instante se quitó la blusa y descubrió sus pequeños pechos al mismo tiempo que se sentaba sobre mi a horcajadas. Yo la cogí con fuerza y no pude hacer otra cosa que retirarle su pelo mojado y besar su suave cuello, mientras con las manos desabrochaba su sujetador. Estaba tremendamente agitado. Mi corazón bombeaba a mil por hora debido a la situación. Ella se deshizo de mi camiseta y nos fundimos en un abrazo. Nuestros cuerpos mojados por la lluvia.

Me levanté con ella aún encima y besándonos me fue indicando el camino hacia su habitación. Llegamos los dos jadeando con la excitación de dos adolescentes. Nos tumbamos en cama, yo encima de ella, con los torsos desnudos y sin dejar de comernos a besos. No recuerdo ni como nos habíamos ya descalzado, tan solo los dos pantalones separaban nuestros cuerpos ardientes. No sé quien de los dos desabrochó el primero, sólo sé que en cuestión de segundos ahí estábamos los dos besándonos en ropa interior. 

Empecé acariciando su cara y seguí bajando mi mano hasta llegar a sus pechos. Hacía años que no recordaba esa sensación, ese tacto suave de unos pechos turgentes. Sin dejar de besarla bajé mi mano por su cintura y la desnudé por completo. Nos dimos la vuelta y pude admirar por un instante su belleza oriental. Ahí estaba ella, encima de mi, con el pelo cayéndole sobre los hombros, mirándome directamente a los ojos. A penas fue un instante pues enseguida se abalanzó sobre mis labios de nuevo. Copiando mi gesto empezó a acariciarme la cara, bajó su mano por mi pecho, llegó hasta mi cintura, metió su pequeña mano y con un ligero movimiento tiró de mi ropa interior.

Ahí estábamos los dos desnudos, en una inmensa cama que parecía no acabarse nunca, comiéndonos a besos, a mordiscos. No hubo ni una sola parte de nuestros cuerpos que no recorrieran nuestros labios, nuestra boca. Ella tan blanca, yo tan moreno. Ella tan pequeña, delicada y yo tan grande. Oriente y occidente. Pasó casi una hora hasta que decidimos fundirnos en uno solo. Nuestros cuerpos latiendo al unísono, sudando, cabalgando juntos. Nuestra imaginación no cesaba ni un momento. Nuestros cuerpos parecían bailar encima de la cama, en el suelo, de pie contra la pared. Uno y otro, los dos probándonos por toda la habitación. Volvimos a la cama para acabar en un éxtasis conjunto que hacía mucho que no había experimentado. 

Nos quedamos tumbados en la cama mirándonos, aún sin saber muy bien qué es lo que había pasado. A pesar de lo ocurrido aún tenía ganas de besar su boca, de seguir allí eternamente. Me miró con mucha ternura, acariciándome el pelo todavía empapado, me dio un beso en la barbilla y me dijo con una sonrisa:

- Será mejor que nos vayamos antes de que venga alguien. No estamos en mi casa.

Recuerdo como no paraba de reírme  Hoy, en todo el viaje, no me la he quitado de la cabeza, porque como dijo Jane Austen: "Del pasado no tiene usted que recordar más que lo placentero."

Jane Austen