lunes, 31 de octubre de 2016

CDG - LYS . George Bernard Shaw

No siempre me pasan cosas. A veces mi viaje es anodino y no hay nada interesante que contar. Y lo digo. Y no pasa nada.

Admiro, sinceramente, a las personas que son el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. ¡Yo quiero!

También es cierto que en un viaje tan corto como el de hoy poca cosa podía ocurrir. He subido, me he dedicado a diseccionar a una señora mayor, y llena de energía, que iba repleta de tatuajes. He empezado a imaginar dónde se había hecho cada uno de ellos y, cuando me he querido dar cuenta, ya estábamos aterrizando.

No me ha dado tiempo a más. Me la estaba imaginando tumbada, en algún tugurio del Bronx, allá en los años sesenta, mientras le hacían un tatuaje con forma de corazón que llevaba en el antebrazo, cuando el viaje llegaba a su fin. 

He cogido mi maleta, he salido del avión, he cogido un taxi hacia el hotel y he pensado que había perdido el tiempo. No sé, ha sido una sensación extraña que no me ha abandonado en todo el día. Además he abierto las redes sociales y no tenía ni un sólo like. Ni un mísero comentario.

No es que sea la salsa de Facebook y Twitter, pero siempre cae algo. (¡Madre mía! "Siempre cae algo". A veces pienso que comemos likes)

El caso es que he estado desubicado y vagando por Lyon sin ganas de hacer nada, pero con ganas de que me pasaran cosas. Llegado un punto me daba igual que fueran buenas o malas, pero que me sucedieran. Algo que poder contar luego aquí.

Me he imaginado de todo. Primero que me encontraba cosas: un maletín lleno de billetes, un cartera con tarjetas de crédito y el número secreto apuntado en un papel, un anillo de diamantes. Luego que me pasaban cosas malas: que me atracaban, que me secuestraban, que me pegaban una paliza. Es curioso, las buenas tenían todas que ver con el dinero. Las malas, no.

Seguramente este texto no será de los más leídos de este cuaderno de bitácora. A menos, claro, que le ponga un título sexual. Algo picante. Algo capaz de ser incluso denunciado en las redes sociales. Algo grande y maravilloso. Con alguna frase, no sé, de alguien picante. De alguien pornográfico. ¿Ciccionlina? ¿Rocco Sigfredi? ¿Mia Kalifa? ¿Bruce Venture? ¿Belle Knox? ¿John Holmes? (Vale, veo mucho porno)

No, ¡mejor! Algo políticamente incorrecto. De algún escritor irreverente. ¡Lo tengo! George Bernard Shaw. Pondré en el titular su famosa frase: "¿Por qué debemos aceptar los consejos del Papa sobre sexo? Si él sabe algo al respecto... ¡no debería!"

¡Perfecto! ¡Un buen titular! La imaginación, la admiración o la indignación harán el resto. Estoy seguro de que algunos criticarán el texto sin ni siquiera leer el contenido. ¡Como la vida misma!

Estoy emocionado. Me va a subir el Klout.

George Bernard Shaw


viernes, 28 de octubre de 2016

VLC - CDG . Emma Goldman

Con mi antipatía por los aviones es previsible que me niegue a ver ninguna película que esté relacionada con vuelos de ningún tipo. Y mucho menos de catástrofes aéreas. 

Vi los primeros dos minutos de la serie "Perdidos" y casi me da un soponcio. Tuve que apagar la televisión de manera inmediata. Durante meses. Porque anda que no dieron por el saco con la dichosa serie.

Me resistí durante mucho tiempo a ver "Los amantes pasajeros" de Pedro Almodóvar, hasta que me dijeron que no tenía nada que ver con accidentes, aunque no era del todo cierto. Hoy me ha venido a la cabeza mientras volaba hacia París. No me preguntéis por qué. No sé si ha sido por la imaginación del otro día de tener sexo en un avión, por la adoración que le tienen a Almodóvar en Francia o por qué motivo, el caso es que no he podido dejar de pensar en ella. 

¡Quiero unos azafatos como esos en mi vuelo algún día! (Sí, no me pega, soy así de contradictorio.)

Mirad, yo no soy crítico de cine, no sabría deciros si la película está bien o mal. Lo que sí sé deciros es que yo necesito tener la mente en otras cosas para volar y hoy me he imaginado que los azafatos del avión se ponían a bailar como locas, nunca mejor dicho, "I'm so excited". No sólo eso, me he imaginado haciendo de Carlos Areces, y eso que realmente me gustaría ser como Raúl Arévalo. (Yo físicamente me parezco más a Javier Cámara con pelo, como en la cinta). Vamos a hablar claro, todos quisiéramos ser el gracioso pero con el físico del guapo. Combinación perfecta.

Llevo la canción en el móvil y me la he puesto con el sistema de repetición. Una hora. (Sí, una y otra vez, soy así de obsesivo.)

Cada vez que pasaba algún azafato por mi lado, y han sido muchas veces, me lo imaginaba cogiendo una botella de agua y utilizándola a modo de micro mientras cantada. No sé por qué se me ha ido la cabeza de esa manera. Me han dado ganas de levantarme y ponerme a bailar. ¡A mí! ¡¡¡En un avión!!! ¡¡¡¡¡Y me ha dado la risa!!!!!

Hay cosas, que no sabemos por qué, te hacen desconectar de la realidad. A unos les pasa pensando en sexo, a otros en situaciones divertidas. A otros con ambas cosas, como es mi caso.

Entonces he caído en que hacía mucho tiempo que no bailaba. Demasiado tiempo. Y he empezado a sentir una profunda tristeza. ¿Cuándo fue la última vez que bailé? Creo que en un fiesta con una amiga. Recuerdo que llevaba un impresionante traje azul. Ella. Yo iba de negro impecable. Y me he sentido un poco más triste. Debería bailar todos los días.

Y entonces me ha venido a la cabeza una de las mejores frases que he escuchado en esta vida y que dijo Emma Goldman: "Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa". Sí, es cierto, yo hace mucho tiempo que dejé de pensar en ser un revolucionario. Vivo absolutamente entregado a la rutina, a la comodidad, al sistema. Sin embargo, eso no debería ser motivo para no bailar todos los días. Todos y cada uno de los días. Sólo o en compañía. De pie frente al espejo o tumbado en el suelo. Hay tantas formas de bailar como posiciones tiene el cuerpo. 

Así que de la tristeza he pasado a la alegría. (Sí, así soy de inestable.) Y me he propuesto una cosa, una única cosa: bailar todos los días al menos diez minutos. He cogido la agenda y he escrito: "Bailar". Horario: De 21:00h. a 21:10h. Repetición: Todos los días. Acabar: Nunca.

¡Vale! No soy espontáneo, eso también es cierto, pero yo hoy he bailado. ¿Cuándo fue la última vez que tú lo hiciste?

Emma Goldman

lunes, 24 de octubre de 2016

SXF - VLC . Antonio Machado

No entiendo por qué le rotulan el nombre a los aviones. ¿Qué sentido tiene? No digo que no lo tengan, pero ¿qué sentido tiene escribirlo en un lateral bien grande?

Recuerdo que a mi primer coche le llamábamos, cariñosamente, "Butatrans". Era un Seat Panda naranja de los antiguos. Cuadrado y robusto. Hacía un ruido horrible y soltaba humo en exceso. Recuerdo que me duró muy pocos meses. Pero no le "tatué" el nombre. La matrícula ya lo identificaba. Como la de los aviones.

El avión de hoy se llamaba "Tornasolado"; y he estado pensando en ello todo el viaje. Me he imaginado un mundo dónde todos lleváramos tatuados nuestros nombres. En un lugar bien visible y con letra grande.

Así sería imposible no saber con quien estás hablando. Sólo haría falta mirar de soslayo el tatuaje para poder dirigirte a esa persona. La verdad es que para mi trabajo me vendría de lujo. A la gente le gusta que le llames por su nombre. Mucho. Por su auténtico nombre. Con acentos y todo.

Últimamente utilizo un truco que me enseñó una vieja amiga:

- Disculpa, no recuerdo tu nombre.
- Pedro.
- No, eso ya lo sé, digo el apellido - contestas.
- Gutiérrez.

De esta forma tan sutil, consigues nombre y apellido. Y encima le haces creer que recordabas su nombre, cuando lo mismo no sabes ni quien es.

El tema de los nombres es importante. He estado repasando el pasaje mientras volábamos a València. Ha sido curioso. La gente tiene "cara" de ciertos nombres. Quiero decir, ves una chica joven en el avión y lo mismo piensas: "Le pega llamarse Rebeca". Si es así, nunca podría llamarse "Eugenia". "Eugenia es nombre de mujer mayor", piensas. Pero claro, en algún momento Eugenia fue joven. ¿Tenía cara de llamarse Eugenia?

Le he puesto nombre a todos los pasajeros. Todo tipo de nombres. Variados. Según su aspecto físico. Luego le he puesto nombre al pasaje entero. He decidido que viajaba con un pasaje de "Gustavos". No sé, por Bécquer. Me han parecido, en general, pelín estirados. Y me ha venido a la cabeza Gustavo Adolfo. No sé por qué.

Hay pasajes para todos los gustos y nombres. Hay algunos que son "Amparos", hay pasajes que son "Virtudes", y hay aviones que son "Jennifer Desirés". Ya sabéis a lo que me refiero. 

La importancia del nombre. Una rosa ¿es más rosa por el hecho de llamarse rosa? Ni pajolera idea. Cuando me pongo filosófico no hay quien me soporte.

Lo que sí que comparto al cien por cien sobre este tema es lo que dijo Antonio Machado: "Dicen que el hombre no es hombre mientras no oye su nombre de los labios de una mujer"

Antonio Machado

PD: Por cierto, me llamo Antonio. O como dice mi madre: "Mi Antonio"

viernes, 21 de octubre de 2016

LHR - SXF . Albert Einstein

¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre!

Como ya he dicho alguna vez, viajo solo, pero no siempre. En raras ocasiones me acompaña algún compañero de la empresa, normalmente cuando viajo a Alemania, como era en esta ocasión. 

Suelo ser yo mismo el que se encarga de todo el papeleo de los billetes pero, con la felicidad del vuelo anterior, me deje los papeles en casa y tuve que pedirle a la empresa que me consiguiera un nuevo pasaje hacia Berlín.

Mi compañero y yo nos dirigimos al aeropuerto de London Gatwick. Una vez allí no encontrábamos en el panel el vuelo, así que fuimos a preguntar al personal de tierra de la compañía. Ahí empezaron todas nuestras desgracias: nos habíamos equivocado de aeropuerto, teníamos que haber ido al de Heathrow.

Miro la hora y pienso que no llegamos. Salimos zumbado con las maletas y dos bolsas llenas de libros que he comprado durante la semana. Desechamos la idea de  coger el autobús, que tarda más o menos una hora en condiciones normales, y pillamos un taxi. El taxista dice que nos lleva pero que nos cobra trescientas Libras. Lo miro con cara de odio, pero no nos queda más remedio. Luego le pasaré el ticket a la empresa a ver si cuela. Advierto al taxista que tenemos que llegar sí o sí a coger el maldito avión, en caso contrario le pago la mitad.

El coche vuela. El taxista no quiere perder dinero. En un momento pienso en decirle que pare. Va a ser peor el remedio que la enfermedad. Me mataré antes en el coche que en el avión. Es pura estadística pienso, pero no me atrevo. Seguimos volando, esta vez en tierra.

El taxi llega a tiempo, más o menos. Vamos a pagar y el taxista no lleva datafono y nosotros no llevamos suficiente dinero. Convenzo al taxista para que nos acompañe dentro a sacar dinero. Mientras yo voy facturando las maletas, mi compañero busca un cajero. 

El personal de tierra me dice que no da tiempo a facturar, que vayamos directamente a embarcar o no llegamos. Salgo corriendo con las maletas y las bolsas. En el camino me encuentro a mi compañero y al taxista. Viene con cara preocupada. Las cajeros no funcionan. Una caída del sistema informático bancario a nivel nacional. El taxista más que preocupado, enojado. Un zamarro de casi dos metros. Ahora nos odia él a nosotros.

Le explico a toda prisa que no tenemos tiempo, que no podemos perder el avión. Le pido un número de cuenta donde le haré un ingreso cuando llegue a Berlín. A duras penas le hago a confiar en nosotros. Nos ve la cara de agobio y nos cree. Todo esto se produce mientras vamos corriendo para pasar el control de seguridad. 

Pasamos a toda velocidad, puro milagro. Corriendo hacia la puerta de embarque, llegamos por los pelos. Pero en la puerta el imbécil que nos atiende nos dice que una maleta por persona. "Normas de la compañía", nos dice. La dos bolsas se quedan en tierra. Empiezo a ponerme nervioso. Le digo que nos deje pasar con las bolsas, que no va a pasar nada. Le explico nuestro periplo para llegar y que las bolsas son equipaje de mano. Se niega. El equipaje de mano son las maletas. "Normas de la compañía", repite como un loro. Queda un minuto y van a cerrar la puerta. ¡Cómo se puede ser tan hijo de puta! Tan hijo de una grandísima puta.

Me niego a dejar los libros. Empiezo a sacarlos y a ponérmelos encima como puedo. Por dentro de la camisa. En la cintura del pantalón. La situación es absolutamente ridícula. El azafato nos mira sin inmutarse. Parecemos gilipollas. Con traje y corbata, y llenos de libros. Por todas partes. Al menos diez libros cada uno. Once quizás. De los grandes. Además meto las bolsas grandes dentro de mi maleta. Casi no podemos andar.

Por el pasillo hacia el avión le oigo decir por el telefonillo: "¡Todo listo!". Aceleramos el paso. Me voy a cagar en la madre que lo parió. Llegamos con la puerta casi cerrándose. La azafata no da crédito a lo que ve. Nos deja pasar con la cara desencajada, parece sospechar que es una bomba. De hecho nos pregunta si llevamos una bomba. La miro con absoluta incredulidad. "¡¡¡Pero menuda puta mierda de seguridad hay en los aviones!!!", grita mi cerebro. Respiro, sonrío como puedo, le digo que no, que son libros. No hace más preguntas. Hace dos clics con el "cuentapasajeros".

Atravesamos el pasillo hacia nuestros asientos. El pasaje nos mira. Vergüenza. El avión empieza a moverse. Saco las bolsas de las maletas y metemos dentro los libros. Mientras me siento, y respiro como puedo con un cabreo monumental, pienso en Albert Einstein cuando dijo: "Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro".

Albert Einstein

PD: Llegamos a Berlín y no hago el ingreso. El desgraciado del taxista paga la broma del gilipollas del azafato. ¡Que les den por el culo!

lunes, 17 de octubre de 2016

VLC - LGW . Sigmund Freud

Siempre hago un minucioso repaso a todo lo que tengo que llevar en cada viaje. Reviso cada calzoncillo, cada calcetín, cada camisa y cada pantalón. Cada par de zapatos, cada corbata, cada traje y todo el neceser. Siempre pongo de más para posibles contratiempos. Además la bolsa de mano con toda la documentación necesaria para mi trabajo.

Muchas veces me voy con la sensación de que me he dejado algo atrás, pero no suele ocurrir. A veces calculo mal los cambios de ropa y me compro algo de repuesto; o el tiempo de la ciudad cambia radicalmente y paso más frío o más calor de lo necesario. No es la primera vez que me voy sin ropa de abrigo y luego hace un tiempo del demonio.

Pero en general soy minucioso. La experiencia es fundamental y no tengo mucho margen de error.

Sin embargo hoy, no sé cómo ha podido ocurrir, me he dejado la maleta en casa. Toda la maleta. Ya estábamos en pleno vuelo cuando me he dado cuenta y, claro, he empezado a agobiarme. Mucho.

No sólo por no llevar nada de ropa, excepto la que evidentemente llevaba puesta. Mi imaginación ha empezado a dispararse y a pensar si, además de la maleta, me había dejado, por ejemplo, algún grifo abierto.

He estado todo el viaje repasando mentalmente cada rincón de mi casa y cada último movimiento que había hecho antes de salir. Evidentemente no recordaba haber dejado ningún desastre en marcha. Sólo visualizaba mi estúpida maleta en la puerta del recibidor.

Y después de esto he empezado a torturarme mentalmente pensando a qué se debía semejante olvido. Afortunadamente llevaba encima los papeles del trabajo y mi ordenador portátil, pero no lograba entender cómo había dejado algo tan evidente como la maleta.

Primero he pensado que debía ser alguna enfermedad. Soy un pelín hipocondríaco y la primera respuesta a cualquier problema siempre es alguna disfunción en mi salud. Luego he repasado el fin de semana en casa y he dado con la causa de mi olvido: la felicidad. 

He recordado que he salido de casa tarareando una estúpida canción de "Els amics de les arts". Digo estúpida porque aún ahora que escribo esto no he podido quitármela de la cabeza. He realizado todo el camino en taxi hacia el aeropuerto feliz y contento.

El fin de semana ha sido maravilloso y, claro, de ahí que mi mente estuviera en otro sitio. Una vez detectado el motivo, he empezado a relajarme. No mucho, ya sabéis que hay que mantener la mente en el vuelo, pero por primera vez en mucho tiempo me he relajado en un vuelo. 

Se me ha puesto cara de tonto recordando cada momento del fin de semana. Cada momento de felicidad vivida. Hacía tiempo que no me ocurría. No me extraña que se me haya olvidado la maleta. 

En fin, he llegado a Londres y he ido directo a comprarme de todo. Ropa para toda la semana. Y mientras compraba seguía tarareando "Jean-Luc". Con una estúpida sonrisa de oreja a oreja que despertaba no pocos recelos en el dependiente que me atendía. Supongo que no están acostumbrados a ver gente alegre. Y entonces me he sentido un poco idiota. O un mucho, porque, como dijo Sigmund Freud: "Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo." Yo hoy era doblemente feliz.

Sigmund Freud

viernes, 14 de octubre de 2016

BCN - VLC . Octavio Paz

Preferiría ir en tren, pero con la mierda de servicio que hay entre Barcelona y València, siempre acabo cogiendo el avión. Claro que lo del avión, a veces, no es mucho mejor.

No sé si habéis hecho alguna vez el trayecto. Es un avión "miniwini". Enano. Incómodo. Cualquiera diría que es de juguete. En vez de hélices parece que le hayan colocado dos ventiladores. Claro que como lo mantengo yo con la mente, como si no se los ponen. 

El caso es que una amiga me contó una vez que tuvo sexo en uno de estos vuelos. Sexo del bueno me dijo. En el baño, claro.

Hoy me he acordado de aquello y, cuando ha despegado el avión, me he desabrochado el cinturón y he ido al aseo a imaginar semejante locura. No he podido entender cómo se puede tener "sexo del bueno" en un cubículo tan pequeño. No puedo comprenderlo. Pero si te sacas la chorra y casi no cabes. Bueno, depende de la chorra, claro.

El caso es que he estado ahí de pie. Un buen rato. Imaginándomelo. Viendo qué posiciones imposibles se podían hacer en ese pequeño espacio. Ha habido un momento en que me he puesto cachondo. Uno no es de piedra y mi imaginación es desbordante. Me he visualizado allí haciéndolo. Con un hombre. Con una mujer. Con un hombre y con una mujer. He visualizado una orgía. Las mil y una posiciones posibles. Sí, en ese minúsculo espacio. Lo que me parecí imposible en la realidad, se ha hecho presente en mi imaginación. Y para cuando me he dado cuenta el comandante anunciaba que el avión estaba a punto de aterrizar.

Más de media hora he estado en el baño. Al salir las azafatas me miraban. Mi cabeza seguía a lo suyo. Las dos. He imaginado que de repente se me acercaba una de ellas, me cogía de la mano y me llevaba tras las cortinas que separan el pasaje de la cabina del piloto. Me he visto haciendo el amor con ella de manera salvaje. En ese momento entraba otra azafata y se unía a la fiesta. Una locura. Mi mente pasaba de una a otra, hasta que el comandante abría la puerta y al ver la escena decidía participar. Todo eran manos, brazos, lenguas. Un placer para todos los sentidos. Las cortinillas se abrían de golpe y vislumbraba como todo el pasaje, contagiado de nuestros gemidos, había decidido celebrar que estamos vivos. Todos con todos. ¡Dios! El cerebro a veces hace cosas maravillosas.

Estaba en ello cuando ha venido una azafata para despertarme de mis pensamientos. Estaba sólo en el avión. El resto del pasaje ya había bajado y yo, como Chandler Bing, dormía con los ojos abiertos.

He recogido mi equipaje y he bajado con una sonrisa de oreja a oreja, y una erección que no podía ocultar. He salido lo más digno que podía y me he ido a casa. Y es que, como dijo Octavio Paz, "En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación".


Octavio Paz

lunes, 10 de octubre de 2016

LHR - BCN . Leonardo da Vinci

El puto avión casi se parte en dos al aterrizar en Barcelona.

No ha sido normal. Sólo la pericia de la comandante Ana Noséqué (y mi brillante fuerza mental) ha conseguido que no nos estampáramos. ¡Joder, joder, joder! Aún estoy temblando.

El chico que había a mi lado me ha cogido de la mano, ha empezado a estrujármela como si ello fuera a salvarnos la vida. El avión no paraba de dar bandazos hacia arriba y hacia abajo. Y yo no podía soltarme la mano del pobre desgraciado cuya cara estaba blanca como el mármol. ¡Qué asco! He tenido dudas sobre qué era peor, lo de la mano o lo del avión. Mi mente funcionaba como si no hubiera un mañana. De hecho estaba seguro de que no había un mañana.

Y de repente, un pedazo de gilipollas de los santos cojones ha gritado: ¡Vamos a morir todos! Y ha empezado a descojonarse. A reírse a mandíbula batiente. A carcajada limpia. Y ha vuelto a gritarlo: ¡Vamos a morir todos!

El pasaje estaba mudo. Nadie le reía la gracia, pero a él parecía no importarle. Seguía de risas.

No soporto a ese tipo de gente que todo se lo toma a broma. Que se ríe de todo. Que ante las situaciones más absurdas y peligrosas, les da por hacer una gracieta. Me he imaginado levantándome y dándole una hostia en la cara con la mano abierta. Lamentablemente no podía ni moverme.

Me he imaginado cogiéndole de la cabeza y aplastándosela una y otra vez contra la bandeja que hay en cada butaca. Una y otra vez, una y otra vez. Viendo como su nariz se rompía y comenzaba a chorrear sangre. No hubiera parado. ¿Cómo se puede odiar tanto a alguien por su risa?

Esa puñetera risa que llega en el momento más inoportuno. No podía dejar de pensar que ese tío sería capaz de reírse en un entierro. Me lo he imaginado en la puerta del cementerio, con el ataúd de su madre delante y el muy cerdo llorando, pero de la risa.

Me lo imaginaba allí feliz, en una de las situaciones más trágicas de la vida. No daba crédito. Mis ojos se entornaban intentando mandarle la peor energía creada por el ser humano: mi odio. Mi odio infinito.

Y, de repente me vino a la cabeza una de las frases que odio con todas mis fuerzas, una frase de Leonardo da Vinci: "Si es posible, se debe hacer reír hasta a los muertos." Maldito bastardo.

Leonardo da Vinci

viernes, 7 de octubre de 2016

MEX - LHR . Françoise Sagan

Me he dormido. Me he quedado absolutamente dormido.

Estos días han sido de muchísimo trabajo. Soy ejecutivo especializado en el análisis estadístico y reconfiguración de datos a nivel internacional y no he parado de trabajar en toda la semana. México me ha dejado absolutamente agotado y ha sido subir al avión, sentarme al lado de la ventanilla y quedarme dormido.

No sé cómo ha podido ocurrir, pero ha ocurrido. Me he despertado cuando sólo faltaba una hora para aterrizar. Al ver que seguíamos volando, he entendido que alguien había estado "aguantando" el avión mientras yo dormía. A partir de ese momento me he dedicado a mirar entre los pasajeros para ver a quién debía agradecer mi existencia. La mía y la del resto del pasaje.

He descartado inmediatamente a la mocosa que tenía sentada a mi lado y que durante lo que han durado mis pesquisas ha dedicado su tiempo a hacerse selfies e intentar subirlos a instagram. ¡Qué guantazo tenía la niña! Le decía a su acompañante: "tío, no carga el internet". Insufrible.

Por delante de mí el pasaje parecía tranquilo. Muchos de ellos despertándose como yo de un largo sueño. Los que estaban despiertos parecía que conversaban animadamente unos con otros después de tantas horas de viaje.

Al girarme he visto, dos filas detrás de mí, a una señora mayor con el pelo blanco y la cara petrificada. Sus manos agarraban con fuerza el asiento. Viajaba sola, pues en su fila no había ningún pasajero más. Iba totalmente maquillada, con un color de labios rojo fuerte y un fuerte colorete en sus mejillas. Tenía una mueca en su rostro que me hacía recordar el mío cuando hago fuerza en el despegue. Los ojos bien abiertos mirando el infinito. He deducido que había sido gracias a ella que todo había ido sobre ruedas.

Respiraba tranquilo cuando, en ese mismo momento, el comandante ha dicho por el altavoz que estábamos a punto de aterrizar. Extrañamente el vuelo había llegado casi tres cuartos de hora antes de lo previsto. Un milagro en toda regla. Me he girado y he vuelto a mirar a nuestro ángel de la guarda por encima del reposacabezas. He dicho un "gracias" en voz baja y he observado que seguía en la misma posición.

El avión ha comenzado el descenso y ha aterrizado sin problemas. He cogido mi equipaje de mano y he decidido salir por detrás. Al pasar por delante de la señora para darle las gracias me he dado cuenta de que seguía en la misma posición, con la misma cara, enganchada aún fuertemente en la butaca. No parpadeaba, no emitía sonido alguno. Estaba ahí quieta, hierática... muerta.

No sabía qué hacer. Avisar a una azafata hubiera significado esperar y dar más explicaciones de las que me apetecía. Por otro lado me parecía inhumano dejar a la pobre mujer allí. Nadie parecía darse cuenta de la situación. Todos parecían animados con la llegada a Londres. He mirado a un lado y a otro. Quería parecer tranquilo, aunque el corazón me iba a mil por hora.

Al final he decidido agacharme, acercarme a su rostro impasible y susurrarle al oído un nuevo: gracias. Le he dado las gracias porque, como dijo Françoise Sagan, "la felicidad para mí consiste en gozar de buena salud, en dormir sin miedo y despertarme sin angustia". Sobre todo despertarme.

He dado media vuelta y he salido silbando por la puerta. Nunca se me ha dado bien disimular.

Françoise Sagan

lunes, 3 de octubre de 2016

JFK - MEX . Paulo Neo

¿Por qué me hablan durante el vuelo?

No lo entiendo. No soy excesivamente empático, más bien lo contrario. Llego al avión, me siento, sufro, me bajo y se acabó. No pretendo que nadie me entretenga durante el vuelo.

Además de inventar historias en mi cabeza, he de hacer un esfuerzo mental inaudito, que nadie me agradecerá, haciendo fuerza para que el avión se mantenga en el aire.

Creo firmemente en el poder de la mente; y estoy absolutamente convencido que, para que un cacharro de monstruosas dimensiones y peso se mantenga en el aire, tiene que haber alguien con una mente preclara como la mía manteniéndolo en el aire. Me da igual que me deis una explicación científica. Si los aviones vuelan es porque alguien como yo va en cada avión haciendo fuerza mental.

Por eso me molesta soberanamente que algún pasajero me dirija la palabra. No es necesario. Cuando alguien lo hace me dan ganas de decir: "Viajo sólo. Usted y yo no somos amigos, no vamos juntos, probablemente no volveremos a vernos en la vida, no tiene ni siquiera que fingir ser amable, con que permanezca callado durante las horas que dure el vuelo me sobra y me basta"

¡Vale! Nunca lo hago. Intento contestar con algún monosílabo, hacerme el despistado y seguir a lo mío: mantener el avión en el aire.

Hoy se ha sentado a mi lado un desagradable jovencito adolescente. Ya ha entrado sofocado en el avión, justo a punto de cerrar puertas. Ha llegado, se ha sentado y ha empezado a parlotear.

- "Menos mal, casi no llego. He venido con el coche y tenía que dejarlo en el parking pero, justo antes de llegar, a menos de cincuenta metros, he pinchado la rueda. Imagínese: saca el gato, cambia la rueda, manos manchadas. Todo el tiempo mirando el reloj. Y eso que he venido mucho antes para poder sentarme tranquilamente y tomarme una cervecita. Encima la rueda de repuesto estaba pinchada también, me ha tocado llamar a la grúa. Un desastre."

Lo he mirado con cara de perplejidad y le he dicho: "Je suis désolé, je ne parle pas votre langue."

He pensado que así se callaría, y de repente me ha sonreído. Con una sonrisa que brillaba. Me he fijado en ese momento. Me he dado cuenta también de la luz de sus ojos azul oscuros. Me ha sonreído y me ha dicho sin dejar de hacerlo: "Y después de la mierda de día que llevo, me toca un gilipollas alemán de compañero de viaje."

Después de decirme eso ha soltado una carcajada tremenda. Yo sonreía, hacía como que no entendía, pero he estado a punto de darle una puta hostia, sólo por la necedad que significa confundir el francés con el alemán. Pero he preferido hacerme el "germano" y no tener que volver a escucharlo durante todo el viaje, porque como dijo Paulo Neo: "Paciencia y silencio: virtud de los grandes."


Paulo Neo

PD: Lo confieso, no he podido evitarlo. Cuando hemos aterrizado, he sacado la maleta del compartimento y, antes de dirigirme a la salida, le he mirado a los ojos brillantes y le he dicho: "Eres un puto ignorante hijo de puta. Te he hablado en francés, no en alemán, burro de cojones." He dado la vuelta, he salido del avión y no he vuelto a verlo.