lunes, 10 de octubre de 2016

LHR - BCN . Leonardo da Vinci

El puto avión casi se parte en dos al aterrizar en Barcelona.

No ha sido normal. Sólo la pericia de la comandante Ana Noséqué (y mi brillante fuerza mental) ha conseguido que no nos estampáramos. ¡Joder, joder, joder! Aún estoy temblando.

El chico que había a mi lado me ha cogido de la mano, ha empezado a estrujármela como si ello fuera a salvarnos la vida. El avión no paraba de dar bandazos hacia arriba y hacia abajo. Y yo no podía soltarme la mano del pobre desgraciado cuya cara estaba blanca como el mármol. ¡Qué asco! He tenido dudas sobre qué era peor, lo de la mano o lo del avión. Mi mente funcionaba como si no hubiera un mañana. De hecho estaba seguro de que no había un mañana.

Y de repente, un pedazo de gilipollas de los santos cojones ha gritado: ¡Vamos a morir todos! Y ha empezado a descojonarse. A reírse a mandíbula batiente. A carcajada limpia. Y ha vuelto a gritarlo: ¡Vamos a morir todos!

El pasaje estaba mudo. Nadie le reía la gracia, pero a él parecía no importarle. Seguía de risas.

No soporto a ese tipo de gente que todo se lo toma a broma. Que se ríe de todo. Que ante las situaciones más absurdas y peligrosas, les da por hacer una gracieta. Me he imaginado levantándome y dándole una hostia en la cara con la mano abierta. Lamentablemente no podía ni moverme.

Me he imaginado cogiéndole de la cabeza y aplastándosela una y otra vez contra la bandeja que hay en cada butaca. Una y otra vez, una y otra vez. Viendo como su nariz se rompía y comenzaba a chorrear sangre. No hubiera parado. ¿Cómo se puede odiar tanto a alguien por su risa?

Esa puñetera risa que llega en el momento más inoportuno. No podía dejar de pensar que ese tío sería capaz de reírse en un entierro. Me lo he imaginado en la puerta del cementerio, con el ataúd de su madre delante y el muy cerdo llorando, pero de la risa.

Me lo imaginaba allí feliz, en una de las situaciones más trágicas de la vida. No daba crédito. Mis ojos se entornaban intentando mandarle la peor energía creada por el ser humano: mi odio. Mi odio infinito.

Y, de repente me vino a la cabeza una de las frases que odio con todas mis fuerzas, una frase de Leonardo da Vinci: "Si es posible, se debe hacer reír hasta a los muertos." Maldito bastardo.

Leonardo da Vinci

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